diumenge, 4 de novembre del 2007

Noches de reflexión: la Biblia, el Señor de los Anillos e Internet

Anoche hojeaba la Biblia cuando se me ocurrió hacer este escrito. Quizás pueda parecer un cúmulo de ideas un tanto ingenuas o, incluso, comunes. Igual si las Sagradas Escrituras me resultaran familiares no las habría inspeccionado tanto y, por consecuente, no habría caído en esto… cómo diría, tan extravagante que voy a decir.

Leía muy atenta el libro de Ester, del Antiguo Testamento, para, de alguna manera, contextualizar la obra teatral de Salvador Espriu: Primera història d’Esther. Entré, por lo tanto, directamente a este paraje, cosa que hizo que me perdiera ante tantas referencias a lo que, supongo, se explica en capítulos anteriores o bien se da por sabido en el imaginario colectivo.

El caso es que merodeando la estructura de la Biblia hallé algo, a mi parecer, muy curioso: ‘Tabla de pesos y medidas. Mapas’. Equivalentes en distintas monedas, glosario y mapas… Sin ninguna intención de blasfemar ni de molestar a nadie, lo primero que se me pasó por la cabeza fue pensar en el gran parecido que tiene la Biblia con todos los libros que usa el máster en las partidas de rol.

En juegos de rol, como por ejemplo el de El señor de los anillos, facilitan varios mapas de Mordor, de Rohan y de Gondor, entre otros. También, existen libros paralelos a la novela que son, me atrevo a decir, capítulos específicos sobre cada comunidad: los elfos, los hombres, los numenoreanos, los enanos, los hobbits, los magos,… Además, se habla de las lenguas élficas como el Quenya y el Sindarin, la lengua de los enanos o la lengua negra. Al fin y al cabo, y en palabras extraídas de la Biblia, cada provincia según su escritura y cada pueblo conforme a su lengua.


En este paralelismo, tan superficial y por ello atrevido, me centro, pues, en la construcción de una realidad; la creación de una ficción. Como argumento a mi teoría diré que no existe mejor documental que un mockumentary, esto es, un documental falso, inventado: todos los datos encajan, la historia cuadra, los detalles no son arbitrarios… Es tan fácil como lo complejo que resulta erigir personajes redondos, lugares verosímiles, historias con un alto grado de empatía, pero, sobre todo, unas pautas de comportamiento, unas directrices de utilidad.

Donde quiero ir a parar es a este punto: sin las hojas de personaje, en un juego de rol, no podemos actuar; sin el relato de las experiencias de Ester, de Job, de Zacarías,… tampoco. En este sentido metafísico, es decir, en el modo de crear una realidad que crezca y se alimente por sí sola a partir de algunos criterios y… tocando bien de pies al suelo, se me ocurre algo muy parecido: la realidad virtual.

La realidad virtual es, según Wikipedia, algo así como una realidad ilusoria, pues se trata de una realidad perceptiva sin soporte objetivo, sin res extensa, ya que existe sçolo dentro del ordenador. Es una pseudorrealidad alternativa. Además, a partir de Internet, podemos interactuar en tiempo real con diferentes personas en espacios y ambientes que en realidad no existen sin la necesidad de dispositivos adicionales al ordenador.

Encontraremos, en esta tercera realidad, comunidades de aficionados, de hackers, de personal académico, de ludópatas y un largo etcétera. Igualmente, tendremos que llamar a un especialista en informática para que nos traduzca los divertidos y caprichosos símbolos de la lengua informática. Necesitaremos, pues, una serie de pautas, de glosarios, de mapas y medidas equivalentes para sumergirnos en la realidad virtual. Y, con ironía, pero tampoco con mala intención, me atrevo a decir que tanto la alfabetización digital como los telecentros, ente otras iniciativas, son las plataformas desde donde nos lanzamos para aterrizar, de cabeza, a la gran dimensión paralela que han creado las nuevas tecnologías. Nos dan los medios, la técnica, pero también la táctica; nos enseñan qué rol adquirir, hacia donde encaminarnos. Llevan el ADN del camino que impepinablemente hemos de seguir para no quedarnos obsoletos.